El código vaticano del Liber Diurnus, descubierto por Luca Holste (Holstenius) en 1646 entre los manuscritos de la biblioteca romana del monasterio de S. Croce en Jerusalén, pasó en el siglo XVIII al Archivo Secreto Vaticano donde Theodor von Sickel tuvo ocasión de estudiarlo a finales del siglo XI y supervisar la edición que apareció en Viena en 1889.
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I
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Durante mucho tiempo se pensó que
era el único superviviente del libro de fórmulas de la cancillería
pontificia y por tanto se le designó como diurnus, aunque
faltara el título en el manuscrito y a pesar de haberse obtenido de la
recopilación de cánones del cardenal Deusdedit (s. XI) en la que se
encuentran fórmulas derivadas del libro Romanorum Pontificum qui
dicitur Diurnus. El código vaticano del Liber Diurnus (V)
atrajo nuevamente la atención de los estudiosos tras el descubrimiento
de otros dos manuscritos de la misma tradición denominados códigos C y
A: el código C (= Claromontanus), que ya pertenecía al colegio
de jesuitas de Clermont, copiado por el padre Sirmond y editado
posteriormente por el padre Gamier en 1680, no sin una polémica
vivaz, desapareció tras el 1746 por la venta de la biblioteca de los
jesuitas tras su supresión, y fue encontrado de nuevo en 1937 en la
biblioteca del monasterio benedictino de Egmont, en Holanda, lugar al
que llegó gracias a una donación; el código A (= Ambrosianus),
en cambio, lo descubrió Antonio Ceriani en 1889 en la Biblioteca
Ambrosiana de Milán, lugar al que lo había llevado el cardenal Federico
Borromeo, benemérito fundador de dicha biblioteca, a través de una
adquisición de manuscritos de Bobbio efectuada en 1666; fue editado en
facsímil por parte de L. Gramatica y G. Galbiati en 1921.
El estudio de los tres testimonios, todos ellos derivados de un
arquetipo perdido, aunados por la misma estructura pero diferentes por
algunas particularidades considerables en el texto, además de datar de
épocas distintas (el código Vaticano parece compuesto a finales del s.
VIII o a principios del IX, el Claromontano a mediados del IX, el
Ambrosiano a finales del s. IX o a principios del X), ha permitido
llegar a conclusiones más seguras sobre la naturaleza del Liber
Diurnus, tal y como nos ha llegado.
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II
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En los tres casos se trata de
recopilaciones de fórmulas, la mayoría de ellas pontificias y sobre todo
de interés canónico o didáctico. Los tres manuscritos acogen fórmulas
provenientes de la cancillería pontificia, así como también de
cancillerías episcopales, registran esquemas y costumbres monásticas,
formularios litúrgicos y otros materiales.
Aunque para la parte de los formularios
pontificios, tan importantes y oficiales como para recordar sin lugar a
dudas una fuente curial (véanse por ejemplo las siguientes fórmulas con
su terminología particular: privilegium, preceptum de commutando
mancipio, de usu pallei, de ordinatione pontificis, nuntius ad exarchum
de transitu superscriptio, de electione pontificis ad exarchum
superscriptio), debamos reconocer la dependencia de los tres
testimonios del Diurnus respecto a un verdadero formulario de
la cancillería papal, para otros textos es un juego de fuerza pensar en
fuentes distintas (por ejemplo en las fórmulas del siguiente tipo: preceptum
de donando puero, item de ordinando presbytero, excusatoria). Las
tres recopilaciones de fórmulas aunadas en el título Liber Diurnus, tal
y como nos han llegado, parecen estar libres de reelaboraciones,
prevalentemente de uso monástico (entre otras cosas los tres códigos
provienen de escritores de célebres monasterios), de textos
oficiales de la curia pontificia y de las curias obispales quizá más
acreditadas o célebres, para servir de estudio en las escuelas
monásticas y por tanto actualizadas continuamente.
El código Vaticano del Liber Diurnus, mutilado al principio y
al final (Luca Holste ya señalaba la caída de algunos folios), recopila
99 fórmulas (el código Claromontano incluye 100 y el Ambrosiano 106),
de las que gran parte están en común con los otros dos testimonios (la
reciente edición de Hans Foerster señala su correspondencia); gracias a
Sickel se ha demostrado que, más allá de lo común entre los formularios
entre los códigos V, C y A, el manuscrito Vaticano conserva un texto más
antiguo que los otros dos testimonios.
Las fórmulas, casi siempre privadas de elementos cromáticos y
onomásticos, sustituidos por el pronombre indefinido ille,
illa, illud, están escritas sin solución de continuidad
(escritura carolina), con títulos sobre todo en uncial.
A pesar de que el manuscrito fuera compuesto a finales del siglo VIII
o a principios del IX, la antigüedad de los textos que acoge es
considerable: algunas fórmulas parecen datar de una época pre-gregoriana
incluso (es decir, anterior a Gregorio Magno), otras de principios del
siglo VII, y otras son de tiempos posteriores, llegando casi hasta la
época en la que se compuso el código. Una vez desmontada la hipótesis de
Sickel sobre el origen romano del manuscrito Vaticano (considerado por
el estudioso el libro de la cancillería pontificia), todavía queda sin
resolver el problema del origen de nuestro código; según algunos
estudiosos se habría compuesto en un escritorio monástico de la Italia
septentrional (Bischoff), según otros (incluyendo recientemente también a
Marco Palma) en el de Nonantola; esta última hipótesis parece gozar de
más credibilidad, además de por los argumentos paleográficos, por el ya
comprobado traslado del manuscrito del monasterio nonantolano al romano
de S. Croce en Jerusalén.
La importancia del Liber Diurnus (del cual el código
Vaticano representa el testimonio más valioso) para la historia de la
Iglesia y del papado es transcendental ya que demuestra la costumbre
eclesiástica y el estilo de los escritos oficiales de los pontífices
romanos de los siglos VI, VII, VIII y IX: elección del papa, relaciones
entre el papa, el emperador de Oriente y el exarca de Ravenna,
administración del Patrimonium Petri, erección y consagración
de las iglesias, formulario de los documentos papales más solemnes,
privilegios de protección y exención apostólica concedidos a los
monasterios u otras instituciones eclesiásticas, primacía de la Iglesia
de Roma sobre las demás sedes episcopales, etc.
En el f. 67v, por ejemplo, comienza una de las narraciones más
antiguas que conocemos sobre las modalidades de las elecciones
pontificias (fórmula 82, que con buenas razones podemos datar en el año
715 aprox.: [...] diu enim nobis in oratione manentibus, ut omnium
mentibus celestis dignatio demonstraret quem dignum ad successionem
apostolicae vicis iubeat eligendum, eius gratia suffragante et omnium
animis inspirante, in uno convenientibus nobis, ut moris est, id est
cuncti sacerdotes ac proceres ecclesiae et uni|versus clerus
atque optimates et universa militaris presentia, seu cives honesti et
cuncta generalitas populi istius a Deo servate Romane urbis, si dici
licitum est a parvo usque ad magnum, in personam ill., sanctissimi huius
sanctae apostolicae sedis Romane Ecclesie diaconi […] concurrit atque
consensit electio; cfr. imagen I).
En el f. 69r (cfr. imagen II a partir del renglón 14) notamos una
interesante mención del mismo «scrinium Lateranense», sinónimo del
«arcivum sanctae Romane Ecclesiae» en que se ordena la conservación de
aquellos documentos de especial interés para la Santa Sede: Hoc vero
decretum a nobis factum subter, ut prelatum est, manibus propriis
roborantes, in arcivo domine nostrae sanctae Romane Ecclesiae, scilicet
in sacro Lateranensi scrinio, pro futurorum temporum cautela recondi
fecimus, in mense [...].
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III
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