CATEQUESÍS SOBRE EL CREDO (I)
1.
¿Qué quiere decir "creer"? 13.03.851. El primer y fundamental punto
de referencia de la presente catequesis son las profesiones de
la fe cristiana universalmente conocidas. Se llaman también ´símbolos de
fe´. La palabra griega ´symbolon´ significaba la mitad de un
objeto partido (p.ej. un sello) que se presentaba como el
signo de reconocimiento. En nuestro caso, los ´símbolos´ significan la
colección de las principales verdades de fe, es decir, de
aquello en lo que la Iglesia cree.
2. Entre los varios
´símbolos de fe´ antiguos, el más autorizado es el ´símbolo
apostólico´, de origen antiquísimo y comúnmente recitado en las ´oraciones
del cristiano´. En él se contienen las principales verdades de
la fe transmitidas por los Apóstoles de Jesucristo. Otro símbolo
antiguo y famoso es el ´niceno-constantinopolitano´: contiene las mismas verdades
de la fe apostólica autorizadamente explicadas en los dos primeros
Concilios Ecuménicos de la Iglesia universal: Nicea (325) I Constantinopla
(381).
Los símbolos de fe son el principal punto de referencia
para la presente catequesis. Pero ellos nos remiten al conjunto
del ´depósito de la Palabra de Dios´, constituido por la
Sagrada Escritura y la Tradición apostólica, del que son una
síntesis conocida. Por esto, a través de las profesiones de
fe nos proponemos remontarnos también nosotros a ese ´depósito´ inmutable,
guiados por la interpretación que la Iglesia, asistida por el
Espíritu Santo, ha dado de él en el curso de
los siglos.
3. Cada uno de los mencionados ´símbolos´ comienza con
la palabra ´creo´. Efectivamente, cada uno de ellos nos sirve
no tanto como instrucción, sino como profesión. Los contenidos de
esta confesión son las verdades de la fe cristiana: todas
están enraizadas en esta primera palabra ´creo´. Y precisamente sobre
esta expresión ´creo´, deseamos centrarnos en esta primera catequesis.
La expresión
está presente en el lenguaje cotidiano, aún independientemente de todo
contenido religioso, y especialmente del cristiano. ´Te creo´, significa: me
fío de ti, estoy convencido de que dices la verdad.
´Creo en lo que tú dices´ significa: estoy convencido de
que el contenido de tus palabras corresponde a la realidad
objetiva.
En este uso común de la palabra ´creo´ se ponen
de relieve algunos elementos esenciales. ´Creer´ significa aceptar y reconocer
como verdadero y correspondiente a la realidad el contenido de
lo que se dice, esto es, de las palabras de
otra persona (o incluso de más personas), en virtud de
su credibilidad (o de ellas). Esta credibilidad decide, en un
caso dado, sobre la autoridad especial de la persona: la
autoridad de la verdad. Así, pues, al decir ´Creo´, expresamos
simultáneamente una doble referencia: a la persona y a la
verdad; a la verdad, en consideración de la persona que
tiene particulares títulos de credibilidad.
4. La palabra ´creo´ aparece con
frecuencia en las páginas del Evangelio y de toda la
Sagrada Escritura. Sería muy útil confrontar y analizar todos los
puntos del Antiguo y Nuevo Testamento que nos permiten captar
el sentido bíblico del ´Creer´. Al lado del verbo ´creer´
encontramos también el sustantivo ´fe´ como una de las expresiones
centrales de toda la Biblia. Encontramos incluso cierto tipo de
´definiciones´, como p.ej.: ´La fe es la garantía de lo
que se espera, la prueba de las cosas que no
se ven´ (´fides est sperandarum substantia rerum et argumentum non
apparentium´

de la Carta a los Hebreos (11, 1).
Estos datos
bíblicos han sido estudiados, explicados, desarrollados por los Padres y
los teólogos a lo largo de dos mil años de
cristianismo, como nos lo atestigua la enorme literatura exegética y
dogmática que tenemos a disposición. Lo mismo que en los
´símbolos´, así también en toda la teología el ´creer´, la
´fe´, es una categoría fundamental. Es también el punto de
partida de la catequesis, como primer acto con el que
se responde a la Revelación de Dios.
5. En el presente
encuentro nos limitaremos a una sola fuente, pero que resume
todas las otras. Es la Constitución conciliar Dei Verbum del
Vaticano II. Allí leemos:
´Quiso Dios, con su bondad y sabiduría,
revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su
voluntad; mediante el cual los hombres, por Cristo, la Palabra
hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden llegar hasta
el Padre y participar de la naturaleza divina.´ (Dei Verbum,
2).
´Cuando Dios revela, el hombre tiene que someterse con la
fe. Por la fe el hombre se entrega entera y
libremente a Dios, le ofrece el homenaje total de su
entendimiento y voluntad, asintiendo libremente a lo que Dios le
revela´ (Dei Verbum, 5).
En estas palabras del documento conciliar se
contiene la respuesta a la pregunta: ¿Qué significa ´creer´?. La
explicación es concisa, pero condensa una gran riqueza de contenido.
Deberemos en lo sucesivo penetrar más ampliamente en esta explicación
del Concilio (.).
Ante todo hay una cosa obvia: existe un
genético y orgánico vínculo entre nuestro ´credo´ cristiano y esa
particular ´iniciativa´ de Dios mismo, quese llama ´Revelación´.
Por esto, la
catequesis sobre el ´credo´ (la fe), hay que realizarla juntamente
con la de la Revelación divina. Lógica e históricamente la
revelación precede a la fe. La fe está condicionada por
la Revelación. Es la respuesta del hombre a la divina
Revelación.
Digamos desde ahora que esta respuesta es posible y justo
darla, porque Dios es creíble. Nadie lo es como El.
Nadie como El posee la verdad. En ningún caso como
en la fe en Dios se realiza el valor conceptual
y semántico de la palabra tan usual en el lenguaje
humano: ´Creo´, ´Te creo´.
2. Conocimiento racional de Dios 20.03.851. Concentrémosnos
todavía un poco sobre el sujeto de la fe: sobre
el hombre que dice "creo" respondiendo de este modo a
Dios que "en su bondad y sabiduría" ha querido "revelarse
al hombre",
Antes de pronunciar su ´creo´, el hombre posee ya
algún concepto de Dios que obtiene con el esfuerzo de
la propia inteligencia. Al tratar de la revelación divina, la
Constitución Dei Verbum recuerda este hecho con las siguientes palabras:
´El Santo Sínodo profesa que el hombre puede conocer ciertamente
a Dios con la razón natural por medio de las
cosas creadas´ (Dei Verbum, 6).
El Vaticano II se remite aquí
a la doctrina expuesta con amplitud por el Concilio anterior,
el Vaticano I. Es la misma de toda la Tradición
doctrinal de la Iglesia que hunde sus raíces en la
Sagrada Escritura, en el Antiguo y Nuevo Testamento.
2. Un texto
clásico sobre el tema de la posibilidad de conocer a
Dios -en primer lugar su existencia- a partir de las
cosas creadas, lo encontramos en la Carta de San Pablo
a los Romanos: . lo cognoscible de Dios es manifiesto
a ellos, pues Dios se lo manifestó; porque desde la
creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder
y divinidad, son conocidos mediante las obras. De manera que
son inexcusables´ (Rom 1, 19-21). Aquí el Apóstol tiene presentes
a los hombres que ´aprisionan la verdad con la injusticia´
(Rom 1,19). El pecado les impide dar la gloria debida
a Dios, a quien todo hombre puede conocer. Puede conocer
su existencia y también hasta un cierto grado su esencia,
perfecciones y atributos. En cierto sentido Dios invisible ´se hace
visible en sus obras´.
En el Antiguo Testamento, el libro de
la Sabiduría proclama la misma doctrina del Apóstol sobre la
posibilidad de llegar al conocimiento de la existencia de Dios
a partir de las cosas creadas. La encontramos en un
pasaje algo más extenso que conviene leer entero:
´Vanos son por
naturaleza todos los hombres, en quienes hay desconocimiento de Dios,/
y que a partir de los bienes visibles son incapaces
de ver al que es,/ ni mediante la consideración de
sus obras conocieron al artífice.
Sino que al fuego, al viento,
al aire ligero,/ o al círculo de los astros, o
al agua impetuosa,/ o a las lumbreras del cielo tomaron
por dioses rectores del universo.
Pues si, seducidos por su hermosura,
los tuvieron por dioses,/ debieron conocer cuánto mejor es el
Señor de ellos,/ pues es el autor de la belleza
quien hizo todas estas cosas.
Y si se admiraron del poder
y de la fuerza,/ debieron deducir de aquí cuánto más
poderoso es su plasmador.
Pues en la grandeza y hermosura de
las criaturas,/ por analogía se puede Contemplar a su Hacedor
original.
Pero sobre éstos no cae tan grande reproche,/ pues por
ventura yerran/buscando realmente a Dios y queriendo hallarle.
Y ocupados en
la investigación de sus obras,/ a la vista de ellas
se persuaden de la hermosura de lo que ven, aunque
no son excusables.
Porque si pueden alcanzar tanta ciencia/ y son
capaces de investigar el universo,/ cómo no conocen más fácilmente
al Señor de él?´ (Sab 13, 1-9).
El Pensamiento principal de
este pasaje lo encontramos también en la Carta de San
Pablo a los Romanos (1, 18-21): Se puede conocer a
Dios por sus criaturas; para el entendimiento humano el mundo
visible constituye la base de la afirmación de la existencia
del Creador invisible. El pasaje del libro de la Sabiduría
es más amplio. En él polemiza el autor inspirado con
el paganismo de su tiempo que atribuía a las criaturas
una gloria divina. A la vez nos ofrece elementos de
reflexión y juicio que pueden ser válidos en toda poca,
también en la nuestra. Habla del enorme esfuerzo realizado para
conocer el universo visible. Habla asimismo de los hombres que
´buscan a Dios y quieren hallarle´. Se pregunta por qué
el saber humano que consigue ´investigar el universo´ no llega
a conocer a su Señor. El autor del libro de
la Sabiduría, al igual que San Pablo más adelante, ve
en ello una cierta culpa. Pero convendrá volver de nuevo
a este tema por separado.
Por ahora preguntémosnos también nosotros esto:
¿Cómo es posible que el inmenso progreso en el conocimiento
del universo (del macrocosmos y del microcosmos), de sus leyes
y avatares, de sus estructuras y energías, no lleve a
todos a reconocer al primer Principio sin el que el
mundo no tiene explicación?. Hemos de examinar las dificultades en
que tropiezan no pocos hombres de hoy. Hagamos notar con
gozo que, sin embargo, son muchos también hoy los científicos
verdaderos que en su mismo saber científico encuentran un estímulo
para la fe o, al menos, para inclinar la frente
ante el misterio.
3. Siguiendo la Tradición que, como hemos dicho,
tiene sus raíces en la Sagrada Escritura del Antiguo y
Nuevo Testamento, en el siglo XIX, durante el Concilio Vaticano
I, la Iglesia recordó y confirmó esta doctrina sobre la
posibilidad de que está dotado el entendimiento del hombre para
conocer a Dios a partir de las criaturas. En nuestro
siglo, el Concilio Vaticano II ha recordado de nuevo esta
doctrina en el contexto de la Constitución sobre la revelación
divina (Dei Verbum ). Ello reviste suma importancia.
La Revelación divina
constituye de hecho la base de la fe: del ´creo´
del hombre. Al mismo tiempo, los pasajes de la Sagrada
Escritura en que está consignada esta Revelación, nos enseñan que
el hombre es capaz de conocer a Dios con su
sola razón, es capaz de una cierta ´ciencia´ sobre Dios,
si bien de modo indirecto y no inmediato. Por tanto,
al lado del ´yo creo´ se encuentra un cierto ´yo
sé ´. Este ´yo sé ´ hace relación a la
existencia de Dios e incluso a su esencia hasta un
cierto grado. Este conocimiento intelectual de Dios se trata de
modo sistemático en una ciencia llamada ´teología natural´, que tiene
carácter filosófico y surge en el terreno de la metafísica,
o sea, de la filosofía del ser. Se concentra sobre
el conocimiento de Dios en cuanto Causa primera y también
en cuanto Fin último del universo.
4. Estos problemas y toda
la amplia discusión filosófica vinculada a ellos, no pueden tratarse
a fondo en el marco de una breve instrucción sobre
las verdades de la fe. Ni siquiera queremos ocuparnos con
detenimiento de las ´vías´ que conducen a la mente humana
en la búsqueda de Dios (las cinco ´vías´ de Santo
Tomás de Aquino). Para nuestra catequesis de ahora es suficiente
tener presente el hecho de que las fuentes del cristianismo
hablan de la posibilidad de conocer racionalmente a Dios. Por
ello y según la Iglesia todo nuestro pensar acerca de
Dios sobre la base de la fe tiene también carácter
´racional´ e ´intelectivo´. E incluso el ateísmo queda en el
círculo de una cierta referencia al concepto de Dios. Pues
si de hecho se niega la existencia de Dios, debe
saber ciertamente de Quien niega la existencia.
Claro está que el
conocimiento mediante la fe es diferente del conocimiento puramente racional.
Sin embargo, Dios no podía haberse revelado al hombre si
éste no fuera capaz por naturaleza de conocer algo verdadero
a su respecto. Por consiguiente, junto y más allá de
un ´yo sé ´, propio de la inteligencia del hombre,
se sitúa un ´yo creo´, propio del cristiano: en efecto,
con la fe el creyente tiene acceso, si bien sea
en la oscuridad, al misterio de la vida íntima de
Dios.
3. La Revelación divina 27.03.851. Nuestro punto
de partida en la catequesis sobre Dios que se revela
sigue el texto del Concilio Vaticano II: ´Quiso Dios, con
su bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y manifestar
el misterio de su voluntad: por Cristo, la palabra hecha
carne, y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar
hasta el Padre y participar de la naturaleza divina. En
esta revelación, Dios invisible, movido por amor, habla a los
hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos
en su compañía´. (Dei Verbum , 2).
Pero ya hemos considerado
la posibilidad de conocer a Dios con la capacidad de
la sola razón humana. Según la constante doctrina de la
Iglesia, expresada especialmente en el Concilio Vaticano I, y tomada
por el Concilio Vaticano II, la razón humana posee esta
capacidad y posibilidad: ´Dios, principio y fin de todas las
cosas -se dice- puede ser conocido con certeza con la
luz natural de la razón humana partiendo de las cosas
creadas´, aun cuando es necesaria la Revelación divina para que
´todos los hombres, en la condición presente de la humanidad,
puedan conocer fácilmente, con absoluta certeza y sin error las
realidades divinas, que en sí no son inaccesibles a la
razón humana´.
Este conocimiento de Dios por medio de la razón,
ascendiendo a El ´a partir de las cosas creadas´, corresponde
a la naturaleza racional del hombre. Corresponde también al designio
original de Dios, el cual, al dotar al hombre de
esta naturaleza, quiere poder ser conocido por él. ´Dios creando
y conservando el universo por su Palabra, ofrece a los
hombres en la creación un testimonio perenne de Sí mismo´
(Dei Verbum, 3). Este testimonio se da como don y,
a la vez, se deja como objeto de estudio por
parte de la razón humana. Mediante la atenta y perseverante
lectura del testimonio de las criaturas, la razón humana se
dirige hacia Dios y se acerca a El. Esta es,
en cierto sentido, la vía ´ascendente´: por las gradas de
las criaturas el hombre se eleva a Dios, leyendo el
testimonio del ser, de la verdad, del bien y de
la belleza que las criaturas poseen en sí mismas.
2. Esta
vía del conocimiento que, en algún sentido, tiene su comienzo
en el hombre y en su mente, permite a la
criatura subir al Creador. Podemos llamarla la vía del ´saber´.
Hay una segunda vía, la vía de la ´fe´. que
tiene su comienzo exclusivamente en Dios. Estas dos vías son
diversas entre sí, pero se encuentran en el hombre mismo
y, en cierto sentido, se completan y se ayudan recíprocamente.
De
manera diversa que en el conocimiento mediante la razón a
partir ´de las criaturas´, las cuales sólo indirectamente llevan a
Dios, en el conocimiento mediante la fe nos inspiramos en
la Revelación, con la que Dios ´se da a conocer
a Sí mismo´ directamente. Dios se revela, es decir, permite
que se le conozca a El mismo manifestando a la
humanidad ´el misterio de su voluntad´ (Ef 1, 9). La
voluntad de Dios es que los hombres, por medio de
Cristo, Verbo hecho hombre, tengan acceso en el Espíritu Santo
al Padre y se hagan partícipes de la naturaleza divina.
Dios, pues, revela al hombre ´a Sí mismo´, revelando a
la vez su plan salvífico respecto al hombre. Este misteriosos
proyecto salvífico de Dios no es accesible a la sola
fuerza razonadora del hombre. Por tanto, la más perspicaz lectura
del testimonio de Dios en las criaturas no puede desvelar
a la mente humana estos horizontes sobrenaturales. No abre ante
el hombre ´el camino de la salvación sobrenatural´ (como dice
la Constitución Dei Verbum, 3), camino que está íntimamente unido
al ´don que Dios hace de Sí´ al hombre. Con
la revelación de Sí mismo Dios ´invita y recibe al
hombre a la comunión con El´ (Cfr. Dei Verbum, 2).
3.
Sólo teniendo todo esto ante los ojos, podemos captar que
es realmente la fe: cuál es el contenido de la
expresión ´creo´.
Si es exacto decir que la fe consiste en
aceptar como verdadero lo que Dios ha revelado, el Concilio
Vaticano II ha puesto oportunamente de relieve que es también
una respuesta de todo el hombre, subrayando la dimensión ´existencial´
y ´personalista´ de ella. Efectivamente, si Dios ´se revela a
Sí mismo´ y manifiesta al hombre el salvífico ´misterio de
su voluntad´, es justo ofrecer a Dios que se revela
esta ´obediencia de la fe´, por la cual todo el
hombre libremente se abandona a Dios, prestándole ´el homenaje total
de su entendimiento y voluntad´ (Vaticano I), ´asintiendo voluntariamente a
lo que Dios revela´ (Dei Verbum, 5).
En el conocimiento mediante
la fe el hombre acepta como verdad todo el contenido
sobrenatural y salvífico de la Revelación; sin embargo, este hecho
lo introduce, al mismo tiempo, en una relación profundamente personal
con Dios mismo que se revela. Si el contenido propio
de la Revelación es la ´auto-comunicación´ salvífica de Dios, entonces
la respuesta de fe es correcta en la medida que
el hombre -aceptando como verdad ese contenido salvífico-, a la
vez, ´se abandona totalmente a Dios´. Sólo un completo ´abandono
a Dios´ por parte del hombre constituye una respuesta adecuada.
4. Jesucristo culmina la revelación 3.04.851. La fe
-lo que encierra la expresión ´creo´- está en relación esencial
con la Revelación. La respuesta al hecho de que Dios
se revela ´a Sí mismo´ al hombre, y simultáneamente desvela
ante él el misterio de la eterna voluntad de salvar
al hombre mediante la ´participación de la naturaleza divina´, es
el ´abandono en Dios´ por parte del hombre, en el
que se manifiesta la ´obediencia de la fe´. La fe
es la obediencia de la razón y de la voluntad
a Dios que revela. Esta ´obediencia´ consiste ante todo en
aceptar ´como verdad´ lo que Dios revela: el hombre permanece
en armonía con la propia naturaleza racional en este acoger
el contenido de la revelación. Pero mediante la fe el
hombre se abandona del todo a este Dios que se
revela a Sí mismo, y entonces, a la vez que
recibe el don ´de lo Alto´, responde a Dios con
el don de la propia humanidad. De este modo, con
la obediencia de la razón y de la voluntad a
Dios que revela, comienza un modo nuevo de existir de
toda la persona humana en relación a Dios.
La Revelación -y,
por consiguiente, la fe- ´supera´ al hombre, porque abre ante
él las perspectivas sobrenaturales. Pero en estas perspectivas está puesto
el más profundo cumplimiento de las aspiraciones y de los
deseos enraizados en la naturaleza espiritual del hombre: la verdad,
el bien, el amor, la alegría, la paz. San Agustín
expresó esta realidad con la famosa frase: ´Nuestro corazón está
inquieto hasta que descanse en Ti´ (Confesiones, I, 1).Santo Tomás
dedica las primeras cuestiones de la segunda parte de la
Suma Teológica a demostrar, como desarrollando el pensamiento de San
Agustín, que sólo en la visión y en el amor
de Dios se encuentra la plenitud de la realización de
la perfección humana y, por tanto, el fin del hombre.
Por esto, la divina Revelación se encuentra, en la fe,
con la capacidad transcendente de apertura del espíritu humano a
la Palabra de Dios.
2. La Constitución conciliar Dei Verbum hace
notar que esta ´economía de la revelación´ se desarrolla desde
el principio de la historia de la humanidad. ´Se realiza
por obras y palabras intrínsecamente ligadas; las obras que Dios
realiza en la historia de la salvación manifiestan y confirman
la doctrina y las realidades que las palabras significan; a
la vez, las palabras proclaman las obras y explican su
misterio´ (Dei Verbum, 2). Puede decirse que esa economía de
la Revelación contiene en sí una particular ´pedagogía divina´. Dios
´se comunica´ gradualmente al hombre, introduciéndole sucesivamente en su ´auto-revelación´
sobrenatural, hasta el culmen, que es Jesucristo.
Al mismo tiempo, toda
la economía de la Revelación se realiza como historia de
la salvación, cuyo proceso impregna la historia de la humanidad
desde el principio. ´Dios creando y conservando el universo por
su Palabra, ofrece a los hombres en la creación un
testimonio perenne de Sí mismo; queriendo además abrir el camino
de la salvación sobrenatural, se revelo desde el principio a
nuestros primeros padres´ (Dei Verbum, 3).
Así, pues, como desde el
principio el ´testimonio de la creación habla al hombre atrayendo
su mente hacia el Creador invisible, así también desde el
principio perdura en la historia la auto-revelación de Dios, que
exige una respuesta justa en el ´creo´ del hombre. Esta
Revelación no se interrumpió por el pecado de los primeros
hombres. Efectivamente, Dios ´después de su caída, los levantó a
la esperanza de la salvación, con la promesa de la
redención: después cuidó continuamente del género humano, para dar la
vida eterna a todos los que buscan la salvación con
la perseverancia en las buenas obras. Al llegar el momento,
llamó a Abrahán para hacerlo padre de un gran pueblo.
Después de la edad de los Patriarcas. Instruyó a dicho
pueblo por medio de Moisés y los Profetas, para que
lo reconociera a El como Dios único y verdadero, como
Padre providente y justo juez; para que esperara al Salvador
prometido. De este modo fue preparando a través de los
siglos el camino del Evangelio´ (Dei Verbum, 4).
La fe como
respuesta del hombre a la palabra de la divina Revelación
entró en la fase definitiva con al venida de Cristo,
cuando ´al final´ Dios ´nos habló por medio de su
Hijo´ (Heb 1, 1-2).
3. ´Jesucristo, pues, Palabra hecha carne, hombre
enviado a los hombres, habla las palabras de Dios y
realiza la obra de la salvación que el Padre le
encargó. Por eso, quien ve a Jesucristo, ve al Padre;
El, con su presencia y manifestación, con sus palabras y
obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y
gloriosa resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad,
lleva a plenitud toda la Revelación y la confirma con
testimonio divino; a saber, que Dios está con nosotros para
librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte
y para hacernos resucitar a una vida eterna´ (Dei Verbum,
4).
Creer en sentido cristiano quiere decir acoger la definitiva auto-revelación
de Dios en Jesucristo, respondiendo a ella con un ´abandono
en Dios´, del que Cristo mismo es fundamento, vivo ejemplo
y mediador salvífico.
Esta fe incluye, pues, la aceptación de toda
la ´economía cristiana´ de la salvación como una nueva y
definitiva alianza, que ´no pasará jamás´. Como dice el Concilio:
. no hay que esperar otra revelación pública antes de
la gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor´ (Dei Verbum ,
4)
Así el Concilio, que en la Constitución Dei Verbum nos
presenta de manera concisa, pero completa, toda la ´pedagogía´ de
la divina Revelación, nos enseña, al mismo tiempo, que es
la fe, que significa ´creer´, y en particular ´creer cristianamente´,
como respondiendo a la invitación de Jesús mismo; ´Creéis en
Dios, creed también en mí´ (Jn 14, 1).
5. Características de
la fe <10.04.851. Hemos dicho varias veces en estas
consideraciones, que la fe es la respuesta particular del hombre
a la Palabra de dios que se revela a Sí
mismo hasta la revelación definitiva en Jesucristo. Esta respuesta tiene,
sin duda, un carácter cognoscitivo; efectivamente, da al hombre la
posibilidad de acoger este conocimiento (auto-conocimiento) que Dios ´comparte con
él´.
La aceptación de este conocimiento de Dios, que en la
vida presente es siempre parcial, provisional e imperfecto, da, sin
embargo, al hombre la posibilidad de participar desde ahora en
la verdad definitiva y total, que un día le será
plenamente revelada en la visión inmediata de Dios. ´Abandonándose totalmente
a Dios´, como respuesta a la auto-Revelación, el hombre participa
en esta verdad. De tal participación toma origen una nueva
vida sobrenatural, a la que Jesús llama ´vida eterna´ (Jn
17, 3) y que, con la Carta a los Hebreos,
puede definirse ´vida mediante la fe´: ´mi justo vivirá de
la fe´ (Heb 10, 38).
2. Si queremos profundizar, pues, en
la comprensión de lo que es la fe, de lo
que quiere decir ´creer´, lo primero que se nos presenta
es la originalidad de la fe en relación con el
conocimiento racional de Dios, partiendo ´de las cosas creadas´.
La originalidad
de la fe está ante todo en su carácter sobrenatural.
Si el hombre en la fe da la respuesta a
la ´auto-Revelación de Dios´ y acepta el plan divino de
la salvación, que consiste en la participación en la naturaleza
y en la vida íntima de Dios mismo, esta respuesta
debe llevar al hombre por encima de todo lo que
el ser humano mismo alcanza con las facultades y las
fuerzas de la propia naturaleza, tanto en cuanto a conocimiento
como en cuanto a voluntad: efectivamente, se trata del conocimiento
de una verdad infinita y del cumplimiento transcendente de las
aspiraciones al bien y a la felicidad, que están enraizadas
en la voluntad, en el corazón: se trata, precisamente, de
la ´vida eterna´.
´Por medio de la revelación divina -leemos en
la Constitución Dei Verbum- Dios quiso manifestarse a Sí mismo
y sus planes de salvar al hombre, para que el
hombre se haga partícipe de los bienes divinos, que superan
totalmente la inteligencia humana´ (n.6). La Constitución cita aquí las
palabras del Concilio Vaticano I (Cons. Dei Filius , 12),
que ponen de relieve el carácter sobrenatural de la fe.
Si,
pues, la respuesta humana a la auto-revelación de Dios, y
en particular a su definitiva auto-revelación en Jesucristo, se forma
interiormente bajo la potencia luminosa de Dios mismo que actúa
en lo profundo de las facultades espirituales del hombre, y,
de algún modo, en todo el conjunto de sus energías
y disposiciones. Esa fuerza divina se llama gracia, en particular,
la gracia de la fe.
3. Leemos también en la misma
Constitución del Vaticano II: "Para dar esta respuesta de la
fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta
y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu
Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre
los ojos del espíritu y concede a todos gusto en
aceptar y creer la verdad (palabras del Concilio Arausicano II).
Para que el hombre pueda comprender cada vez más profundamente
la Revelación, el Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe con
sus dones´ (Dei Verbum , 5).
La Constitución Dei Verbum se
pronuncia de modo sucinto sobre el tema de la gracia
de la fe; sin embargo, esta formulación sintética es completa
y refleja la enseñanza de Jesús mismo, que ha dicho:
´Nadie puede venir a mí si el Padre, que me
ha enviado, no lo atrae´ (Jn 6, 44). La gracia
de la fe es precisamente esta ´atracción´ por parte de
Dios, ejercida en relación con la esencia interior del hombre,
e indirectamente de toda la subjetividad humana, para que el
hombre responda plenamente a la ´auto-revelación´ de Dios en Jesucristo,
abandonándose a El. Esa gracia previene el acto de fe,
lo suscita, sostiene y guía; su fruto es que el
hombre se hace capaz ante todo de ´creer a Dios´
y cree de hecho. De este modo, en virtud de
la gracia proveniente y cooperante se instaura una ´comunión´ sobrenatural
interpersonal que es la misma viva estructura que sostiene la
fe, mediante la cual el hombre, que cree en Dios,
participa de su ´vida eterna´: ´conoce al Padre y a
su enviado Jesucristo´ (Cfr. Jn 17, 3) y, por medio
de la caridad entra en una relación de amistad con
ellos (Cfr. Jn 14, 23; 15, 15).
4. Esta gracia es
fuente de la iluminación sobrenatural que ´abre los ojos del
espíritu´; y, por lo mismo, la gracia de la fe
abarca particularmente la esfera cognoscitiva del hombre y se centra
en ella. Logra de ella la aceptación de todos los
contenidos de la Revelación en los cuales se desvelan los
misterios de Dios y los elementos del plan salvífico respecto
al hombre. Pero, al mismo tiempo, la facultad cognoscitiva del
hombre bajo la acción de la gracia de la fe
tiende a la comprensión cada vez más profunda de los
contenidos revelados, puesto que tiende hacia la verdad total prometida
por Jesús (Cfr. Jn 16, 13), hacia la ´vida eterna´.
Y en este esfuerzo de comprensión creciente encuentra apoyo en
los dones del Espíritu Santo, especialmente en los que perfeccionan
el conocimiento sobrenatural de la fe: ciencia, entendimiento, sabiduría.
Según este
breve bosquejo, la originalidad de la fe se presenta como
una vida sobrenatural, mediante la cual la ´auto-revelación´ de Dios
arraiga en el terreno de la inteligencia humana, convirtiéndose en
la fuente de la luz sobrenatural, por la que el
hombre participa, en la medida humana, pero a nivel de
comunión divina, de ese conocimiento, con el que Dios se
conoce eternamente a Sí mismo y conoce toda otra realidad
en Sí mismo.
6. El carácter de la fe
17.04.851. Si la originalidad de la fe consiste en el
carácter de conocimiento esencialmente sobrenatural, que proviene de la gracia
de Dios y de los dones del Espíritu Santo, igualmente
se debe afirmar que la fe posee una originalidad auténticamente
humana. En efecto, encontramos en ella todas las características de
la convicción racional y razonable sobre la verdad contenida en
la divina Revelación. Esta convicción -o sea, certeza- corresponde perfectamente
a la dignidad de la persona como ser racional y
libre.
Sobre este problema es muy iluminadora, entre los documentos del
Concilio Vaticano II, la Declaración Dignitatis humanae . En ella,
leemos, entre otras cosas: ´Es uno de los capítulos principales
de la doctrina católica, contenido en la Palabra de Dios
y predicado constantemente por los Padres, que el hombre, al
creer, debe responder voluntariamente a Dios, y que, por tanto,
nadie debe ser forzado a abrazar la fe contra su
voluntad. Porque el acto de fe es voluntario por su
propia naturaleza, ya que el hombre, redimido por Cristo Salvador
y llamado en Jesucristo a la filiación adoptiva, no puede
adherirse a Dios, que se revela a Sí mismo, a
menos que, atraído por el Padre, rinda a Dios el
obsequio racional y libre de la fe. Está, por consiguiente,
en total acuerdo con la índole de la fe el
excluir cualquier género de coacción por parte de los hombres
en materia religiosa´ (Dignitatis humanae, 10).
´Dios llama ciertamente a los
hombres a servirle en espíritu y en verdad. Por este
llamamiento quedan ellos obligados en conciencia, pero no coaccionados. Porque
Dios tiene en cuenta la dignidad de la persona humana,
que El mismo ha creado, y que debe regirse por
su propia determinación y usar la libertad. Esto se hizo
patente sobre todo en Cristo Jesús.´ (n.11).
2. Y aquí el
documento conciliar explica de que modo Cristo trató de ´excitar
y robustecer la fe de los oyentes´, excluyendo toda coacción.
En efecto, El dio testimonio definitivo de la verdad de
su Evangelio mediante la cruz y la resurrección, ´pero no
quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían
Cían´. ´Su reino. se establece dando testimonio de la verdad
y prestándole oído, y crece por el amor con que
Cristo, levantado en la cruz, atrae los hombres a Sí
mismo´ (n.11). Cristo encomendó luego a los Apóstoles el mismo
modo de convencer sobre la verdad del Evangelio.
Precisamente, gracias a
esta libertad, la fe -lo que expresamos con la palabra
´creo´- posee su autenticidad y originalidad humana, además de divina.
En efecto, ella expresa la convicción y la certeza sobre
la verdad de la revelación, en virtud de un acto
de libre voluntad. Esta voluntariedad estructural de la fe no
significa en modo alguno que el creer sea ´facultativo´, y
que por lo tanto, sea justificable una actitud de indiferentismo
fundamental; sólo significa que el hombre está llamado a responder
a la invitación y al donde Dios con la adhesión
libre y total de sí mismo.
3. El mismo documento conciliar,
dedicado al problema de la libertad religiosa, pone de relieve
muy claramente que la fe es una cuestión de Conciencia.
Por
razón de su dignidad, todos los hombres, por ser personas,
es decir, dotados de razón y de voluntad libre y,
por tanto, enaltecidos con una responsabilidad personal, son impulsados por
su propia naturaleza a buscar la verdad, y además tienen
la obligación moral de buscarla, sobre todo, la que se
refiere a la religión. Están obligados, asimismo, a adherirse a
la verdad conocida y a ordenar su vida según las
exigencias de la verdad´ (n.2). Si éste es el argumento
esencial a favor del derecho a la libertad religiosa, es
también el motivo fundamental por el cual esta misma libertad
debe ser correctamente comprendida y observada en la vida social.
4.
En cuanto a las decisiones personales, ´cada uno tiene la
obligación, y en consecuencia también el derecho, de buscar la
verdad en materia religiosa, a fin de que, utilizando los
medios adecuados, llegue a formarse prudentemente juicios rectos y verdaderos
de conciencia. Ahora bien, la verdad debe buscarse de modo
apropiado a la dignidad de la persona humana y a
su naturaleza social, mediante la libre investigación, con la ayuda
del magisterio o enseñanza, de la comunicación y del diálogo,
por medio de los cuales los hombres se exponen mutuamente
la verdad que han encontrado o juzgan haber encontrado para
ayudarse unos a otros en la búsqueda de la verdad;
y una vez conocida ésta, hay que adherirse firmemente a
ella con asentimiento personal´(n.3).
En estas palabras hallamos una característica muy
acentuada de nuestro ´credo´ como acto profundamente humano, que responde
a la dignidad del hombre en cuanto persona. Esta correspondencia
se manifiesta en la relación con la verdad mediante la
libertad interior y la responsabilidad de conciencia del sujeto creyente.
Esta
doctrina, inspirada en la Declaración conciliar sobre la libertad religiosa
Dignitatis humanae, sirve también para hacer comprender lo importante que
es una catequesis sistemática, tanto porque hace posible el conocimiento
de la verdad sobre el proyecto de Dios, contenido en
la divina Revelación, como porque ayuda a adherirse cada vez
más a la verdad ya conocida y aceptada mediante la
fe.
7. Sagrada Tradición y Sagrada Escritura 24.04.851. ¿Donde
podemos encontrar lo que Dios ha revelado para adherirnos a
ello con nuestra fe convencida y libre?. Hay un ´sagrado
depósito´, del que la Iglesia toma comunicándonos sus contenidos.
Como dice
el Concilio Vaticano II: ´Esta Sagrada Tradición con la Sagrada
Escritura de ambos Testamentos, son el espejo en el que
la Iglesia peregrina contempla a Dios, de quien todo lo
recibe, hasta el día en que llegue a verlo cara
a cara, como El es´ (Dei Verbum , 7).
Con estas
palabras la Constitución conciliar sintetiza el problema de la transmisión
de la Revelación Divina, importante para la fe de todo
cristiano. Nuestro ´credo´, que debe preparar al hombre sobre la
tierra a ver a Dios cara a cara en la
eternidad, depende en cada etapa de la historia, de la
fiel inviolable transmisión de esta auto-revelación de Dios, que en
Jesucristo ha alcanzado su ápice y su plenitud.
2. Cristo mandó
´a los Apóstoles predicar a todo el mundo el Evangelio
como fuente de toda verdad salvadoras y de toda norma
de conducta, comunicándoles así los bienes divinos´ (n.7). Ellos ejecutaron
la misión que les fue confiada ante todo mediante la
predicación oral, y al mismo tiempo algunos de ellos ´pusieron
por escrito el mensaje de salvación inspirados por el Espíritu
Santo´ (n. 7). Esto hicieron también algunos del círculo de
los Apóstoles (Marcos, Lucas).
Así se formó la transmisión de la
Revelación divina en la primera generación de cristianos: ´Para que
este Evangelio se conservara siempre vivo e integro en la
Iglesia, los Apóstoles nombraron como sucesores a los obispos, dejándoles
su función en el magisterio (S. Ireneo)´ (n.7).
3. Como se
ve, según el Concilio, en la transmisión de la divina
Revelación en la Iglesia se sostienen recíprocamente y se completan
la Tradición y la Sagrada Escritura, con las cuales las
nuevas generaciones de los discípulos y de los testigos de
Jesucristo alimentan su fe, por que ´lo que los Apóstoles
transmitieron . comprende todo lo necesario para una vida santa
y para una fe creciente del Pueblo de Dios´ (n.8).
´Esta
Tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda
del Espíritu Santo; es decir, crece la comprensión de las
palabras y de las instituciones transmitidas cuando los fieles las
contemplan y estudian re pasándolas en su corazón, cuando comprenden
internamente los viven, cuando las proclaman los obispos, sucesores de
los Apóstoles en el carisma de la verdad. La Iglesia
camina a través de los siglos hacia la plenitud de
la verdad, hasta que se cumplan en ella plenamente las
palabras de Dios´ (n.8).
Pero en esta tensión hacia la plenitud
de la verdad divina la Iglesia bebe constantemente en el
único ´depósito´ originario, constituido por la Tradición apostólica y la
Sagrada Escritura, las cuales ´manan de una misma fuente divina,
se unen en un mismo caudal, corren hacia el mismo
fin´ (n.9).
4. A este propósito conviene precisar y subrayar, también
de acuerdo con el Concilio, que . La Iglesia no
saca exclusivamente de la Sagrada Escritura la certeza de todo
lo revelado´ (n.9). Esta Escritura ´es la Palabra de Dios
en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo´. Pero ´la
Palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo
a los Apóstoles, la transmite íntegra a los sucesores, para
que ellos, iluminados por el Espíritu de verdad, la conserven,
la expongan y la difundan fielmente en su predicación´ (n.9).
´La misma Tradición da a conocer a la Iglesia el
canon íntegro de los Libros Sagrados y hace que los
comprenda cada vez mejor y los mantenga siempre activos´ (n.8).
´La
Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito
sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia.
Fiel a dicho depósito, el pueblo cristiano entero, unido a
sus Pastores, persevera siempre en la doctrina apostólica.´ (n.10). Por
ello ambas, la Tradición y la Sagrada Escritura, deben estar
rodeadas de la misma veneración y del mismo respeto religioso.
5.
Aquí nace el problema de la interpretación auténtica de la
Palabra de Dios, escrita o transmitida por la Tradición. Esta
función ha sido encomendada ´únicamente al Magisterio vivo de la
Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo´ (n.10).
Este Magisterio ´no está por encima de la palabra de
Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido,
pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu
Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente;
y de este depósito de la fe saca todo lo
que propone como revelado por Dios para ser creído´(n.10).
6. He
aquí, pues, una nueva característica de la fe: creer de
modo cristiano significa también: aceptar la verdad revelada por Dios,
tal como la enseña la Iglesia. Pero al mismo tiempo
el Concilio Vaticano II recuerda que ´ la totalidad de
los fieles. no pueden equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa
peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la
fe de todo el pueblo, cuando desde los obispos hasta
los últimos fieles laicos prestan su consentimiento universal en las
cosas de fe y costumbres. Con este sentido de la
fe, que el Espíritu de verdad suscita y mantiene, el
Pueblo de Dios se adhiere indefectiblemente a la fe confiada
de una vez para siempre a los santos, penetra más
profundamente en ella con juicio certero y le da más
plena aplicación en la vida guiado en todo por el
sagrado Magisterio´ (LumenGentium, 12).
7. La Tradición, la Sagrada Escritura, el
Magisterio de la Iglesia y el sentido sobrenatural de la
fe de todo el pueblo de Dios forman ese proceso
vivificante en el que la divina Revelación se transmite a
las nuevas generaciones. ´Así Dios, que habló en otros tiempos,
sigue conversando con la esposa de su Hijo amado; así
el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio
resuena en la iglesia, y por ella en el mundo
entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena
y hace que habite en ellos intensamente la palabra de
Cristo´ (Dei Verbum, 8).
Creer de modo cristiano significa aceptar ser
introducidos y conducidos por el Espíritu a la plenitud de
la verdad de modo consciente y voluntario.
8. Sagrada Escritura: inspiración
e interpretación 1.05.851. Repetimos hoy una vez más
las hermosas palabras de la Constitución conciliar Dei Verbum ;
´ Así Dios, que habló en otros tiempos.´ (n.8).
Digamos, de
nuevo que significa ´creer´.
Creer de modo cristiano significa precisamente: ser
introducidos por el Espíritu Santo en la verdad plena de
la divina Revelación. Quiere decir: ser una comunidad de fieles
abiertos a la Palabra del Evangelio de Cristo. Una y
otra cosa son posibles en cada generación, porque la viva
transmisión de la divina Revelación, contenida en la Tradición y
la Sagrada Escritura, perdura integra en la Iglesia, gracias al
servicio especial del Magisterio, en armonía con el sentido sobrenatural
del Pueblo de Dios.
2. Para completar esta concepción del vínculo
entre nuestro ´credo´ católico y su fuente, es importante también
la doctrina sobre la inspiración de la Sagrada Escritura y
de su interpretación auténtica. Al presentar esta doctrina seguimos (como
en las catequesis anteriores) ante todo la Constitución Dei Verbum.
Dice
el Concilio: ´La Santa Madre Iglesia fiel a la fe
de los Apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo
y Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y
canónicos, en cuanto que, que escritos por inspiración del Espíritu
Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han
sido confiados a la Iglesia´ (n.11).
Dios -como Autor invisible y
transcendente- ´se valió de hombres elegidos, que usaban de todas
sus facultades y talentos; de este modo. como verdaderos autores,
pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería´
(n.11). Con este fin el Espíritu Santo actuaba en ellos
y por medio de ellos (Cfr. n.11).
3. Dado este origen,
se debe reconocer ´que los libros de la Sagrada Escritura
enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios
hizo consignar en dichos libros para la salvación nuestra´ (n.11).
Lo confirman las palabras de San Pablo en la Carta
a Timoteo: ´Toda la Escritura es divinamente inspirada y útil
para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la
justicia, a fin de que el hombre de Dios sea
perfecto y consumado en toda obra buena´ (2 Tim. 3,
16-17).
La Constitución sobre la divina revelación, siguiendo a San Juan
Crisóstomo, manifiesta admiración por la particular ´condescendencia´, que es como
un ´inclinarse´ de la eterna Sabiduría. ´La Palabra de Dios,
expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano,
como la Palabra del Eterno Padre, asumiendo nuestra débil condición
humana, se hizo semejante a los hombres´ (n.13).
4. De la
verdad sobre la divina inspiración de la Sagrada Escritura se
deriva lógicamente algunas normas que se refieren a su interpretación.
La Constitución Dei Verbum las resume brevemente:
El primer principio es
que ´porque Dios habla en la Escritura por medio de
hombres y en lenguaje humano, el intérprete de la Sagrada
Escritura, para conocer lo que Dios quiso comunicarnos, debe estudiar
con atención lo que los autores querían decir y Dios
quería dar a conocer con dichas palabras´ (n.12).
Con esta finalidad
-y éste es el segundo punto- es necesario tener en
cuenta, entre otras cosas, ´los géneros literarios´. ´Pues la verdad
se presenta y enuncia de modo diverso en obras de
diversa índole histórica, en libros proféticos o poéticos, o en
otros géneros literarios´ (n.12). El sentido de lo que el
autor expresa depende precisamente de estos géneros literarios, que se
deben tener, pues, en cuenta sobre el fondo de todas
las circunstancias de una poca precisa y de una determinada
cultura.
Y, por esto, tenemos el tercer principio para una recta
interpretación de la Sagrada Escritura: ´Para comprender exactamente lo que
el autor sagrado propone en sus escritos, hay que tener
muy en cuenta los habituales y originarios modos de pensar,
de expresarse, de narrar que se usaban en el tiempo
del escritor, y también las expresiones que entonces solían emplearse
en la conversación ordinaria´ (n.12).
5. Estas indicaciones bastantes detalladas, que
se dan para la interpretación de carácter histórico-literario, exigen una
relación profunda con las premisas de la doctrina sobre la
divina inspiración de la Sagrada Escritura. ´La escritura se ha
de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que
fue escrita´ (n.12). Por esto, ´hay que tener muy en
cuenta el contenido y la unidad de toda la Escritura,
la Tradición viva de toda la Iglesia, la analogía de
la fe´ (n.12).
Por ´analogía de la fe´ entendemos la cohesión
de cada una de las verdades de fe entre sí
y con el plan total de la Revelación y la
plenitud de la divina economía encerrada en él.
6. La misión
de los exegetas, es decir, de los investigadores que estudian
con métodos idóneos la Sagrada Escritura, es contribuir, según dichos
principios, ´para ir penetrando y exponiendo el sentido de la
Sagrada Escritura, de modo que con dicho estudio pueda madurar
el juicio de la Iglesia´ (n.12). Puesto que la Iglesia
tiene ´el mandato y el ministerio divino de Conservar e
interpretar la Palabra de Dios´, todo lo que se refiere
´al modo de interpretar la Escritura, queda sometido al juicio
definitivo de la Iglesia´ (n.12).
Esta norma es importante para precisar
la relación recíproca entre exégesis (y la teología) y el
Magisterio de la Iglesia. Es una norma que está en
relación muy íntima con lo que hemos dicho anteriormente a
propósito de la transmisión de la divina Revelación. Hay que
poner de relieve una vez más que el Magisterio utiliza
el trabajo de los teólogos-exegetas y, al mismo tiempo, vigila
oportunamente sobre los resultados de sus estudios. Efectivamente, el Magisterio
está llamado a custodiar la verdad plena, contenida en la
divina Revelación.
7. Creer de modo cristiano significa, pues, adherirse a
esta verdad gozando de la garantía de verdad que por
institución de Cristo mismo se le ha dado a la
Iglesia. Esto vale para todos los creyentes: y, por tanto
-en su justo nivel y en el grado adecuado-, también
para los teólogos y exegetas. Para todos se revela en
este campo la misericordiosa providencia de Dios, que ha querido
concedernos no sólo el don de su auto-revelación, sino también
la garantía de su fiel conservación, interpretación y explicación, confiándola
a la Iglesia.
9. El Antiguo Testamento 8.05.851. La
Sagrada Escritura, como es sabido, se compone de dos grandes
colecciones de libros: el Antiguo y el Nuevo Testamento. El
Antiguo Testamento, redactado todo él antes de la venida de
Cristo, es una colección de 46 libros de carácter diverso.
Los enumeraremos aquí, agrupándolos de manera que se distinga, al
menos genéricamente, la índole de cada uno de ellos.
2. El
primer grupo que encontramos es el llamado ´Pentateuco´, formado por:
Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Casi como prolongación del
Pentateuco se encuentra el Libro de Josué y, luego, el
de los Jueces. El conciso Libro de Rut constituye, en
cierto modo, la introducción al grupo siguiente de carácter histórico,
compuesto por los dos Libros de Samuel y por los
dos Libros de los Reyes. Entre estos libros deben incluirse
los dos de las Crónicas, el Libro de Esdras y
el de Nehemías, que se refieren al período de la
historia de Israel posterior a la cautividad de Babilonia.
El Libro
de Tobías, el de Judit y el de Ester, aunque
se refieren a la historia de la nación elegida, tienen
carácter de narración alegórica y moral, más bien que de
historia verdadera y propia. En cambio, los dos Libros de
los Macabeos tienen carácter histórico (de crónica).
3. Los llamados ´Libros
didácticos´ forman un propio grupo, en el cual se incluyen
obras de diverso carácter. Pertenecen a él: el Libro de
Job, los Salmos, y el Cantar de los Cantares, e
igualmente algunas obras de carácter sapiencial-educativo: el Libro de los
Proverbios, el de Qohelet (es decir, el Eclesiastés), el Libro
de la Sabiduría y la Sabiduría de Sirácida (esto es,
el Eclesiástico).
4. Finalmente, el último grupo de escritos del Antiguo
Testamento está formado por los ´Libros proféticos´. Se distinguen los
cuatro llamados Profetas ´mayores´: Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel. Al
Libro de Jeremías se añaden las lamentaciones y el Libro
de Baruc. Luego vienen los llamados Profetas ´menores´: Oseas, Joel,
Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Naún, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y
Malaquías.
5. A excepción de los primeros capítulos del Génesis, que
tratan del origen del mundo y de la humanidad, los
libros del Antiguo Testamento, comenzando por la llamada de Abrahán,
se refieren a una nación que ha sido elegida por
Dios. He aquí lo que leemos en la Constitución Dei
Verbum: ´Deseando Dios con su gran amor preparar la salvación
de toda la humanidad, escogió a un pueblo particular a
quien confiar sus promesas. Hizo primero una alianza con Abrahán;
después, por medio de Moisés, la hizo con el pueblo
de Israel, y así se fue revelando a su pueblo,
con obras y palabras, como el único Dios vivo y
verdadero. De este modo Israel fue experimentando la manera de
obrar de Dios con los hombres, la fue comprendiendo cada
vez mejor al hablar Dios por medio de los Profetas,
y fue difundiendo este conocimiento entre las naciones. La economía
de la salvación anunciada, contada y explicada por los escritores
sagrados, se encuentra, hecha palabra de Dios, en los libros
del antiguo Testamento; por eso dichos libros, divinamente inspirados, conservan
para siempre su valor.´ (n.15).
6. La Constitución conciliar indica luego
lo que ha sido la finalidad principal de la economía
de la salvación en el Antiguo Testamento: ´Preparar´, anunciar proféticamente
y significar con diversas figuras la venida de Cristo redentor
del universo y del reino mesiánico (Cfr. n.15).
Al mismo tiempo,
los libros del Antiguo Testamento, según la condición del género
humano antes de Cristo, ´muestran a todos el conocimiento de
Dios y del hombre y de que modo Dios, justo
y misericordioso, trata a los hombres. Estos libros, aunque contienen
elementos imperfectos y pasajeros, nos enseñan la pedagogía divina´ (n.15).
En ellos se expresa ´un vivo sentido de Dios´, ´una
sabiduría salvadora acerca del hombre´ y, finalmente, ´encierra tesoros de
oración y esconden el misterio de nuestra salvación´ (n.15). Y
por esto, también los libros del Antiguo Testamento deben ser
recibidos por los cristianos con devoción.
7. La Constitución conciliar explica
así la relación entre el Antiguo y Nuevo Testamento: ´Dios
es el autor que inspira los libros de ambos Testamentos,
de modo que el Antiguo encubriera el Nuevo, y el
Nuevo descubriera el Antiguo´ (según las palabras de San Agustín:
´Novum in Vetere latet, Vetus in Novo patet.´

. ´Pues, aunque
Cristo estableció con su Sangre la Nueva Alianza, los libros
íntegros del Antiguo Testamento, incorporados a la predicación evangélica, alcanzan
y muestran su plenitud de sentido en el Nuevo Testamento
y a su vez lo iluminan y lo explican´ (n.16).
Como
veis, el Concilio nos ofrece una doctrina precisa y clara,
suficiente para nuestra catequesis. Ella nos permite dar un nuevo
paso en la determinación del significado de nuestra fe. ´Creer
de modo cristiano´ significa sacar, según el espíritu que hemos
dicho, la luz de la Revelación también de los Libros
de la Antigua Alianza.
10. El Nuevo Testamento 22.05.851.
El Nuevo Testamento tiene dimensiones menores que el Antiguo. Bajo
el aspecto de la redacción histórica, los libros que lo
componen están escritos en un espacio de tiempo más breve
que los de la Antigua Alianza. Está compuesto por veintisiete
libros, algunos muy breves.
En primer lugar tenemos los cuatro Evangelios:
según Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Luego sigue el libro
de los Hechos de los Apóstoles, cuyo autor es también
Lucas. El grupo mayor está constituido por las Cartas Apostólicas,
de las cuales las más numerosas son las Cartas de
San Pablo: una a los Romanos, dos a los Corintios,
una a los Gálatas, una a los Efesios, una a
los Filipenses, una a los Colosenses, dos a los Tesalonicenses,
dos a Timoteo, una a Tito y una a Filemón.
El llamado ´corpus paulinus´ termina con la Carta a los
Hebreos, escrita en el ámbito de influencia de Pablo. Siguen:
la Carta de Santiago, dos Cartas de San Pedro, tres
Cartas de San Juan y la Carta de San Judas.
El último libro del Nuevo Testamento es el Apocalipsis de
San Juan.
2. Con relación a estos libros se expresa así
la Constitución Dei Verbum: ´Todos saben que entre los escritos
del Nuevo Testamento sobresalen los Evangelios, por ser el testimonio
principal de la vida y doctrina de la Palabra hecha
carne, nuestro Salvador. La Iglesia siempre y en todas partes
ha mantenido y mantiene que los cuatro Evangelios son de
origen apostólico. Pues lo que los Apóstoles predicaron por mandato
de Jesucristo, después ellos mismos con otros de su generación
lo escribieron por inspiración del Espíritu Santo y nos lo
entregaron como fundamento de nuestra fe: el Evangelio cuádruple, según
Mateo, Marcos, Lucas y Juan´ (n.18).
3. La Constitución conciliar pone
de relieve de modo especial la historicidad